ALGUNAS COSAS NO SON LO QUE PARECEN

lunes, 8 de octubre de 2007

FIN DE CICLO

Homenaje despedida en la Consejería



Contenido de mi carta de despedida de Bélgica

"Estimado/a amigo/a:

En los próximos días ceso como (...). Los años que he pasado en este país han supuesto para mí un factor de enriquecimiento personal al que ha contribuido de forma muy significativa mi relación con el mundo de los emigrantes españoles, tanto de Bélgica como de Luxemburgo, un mundo anteriormente conocido solo de forma tangencial y que en estos momentos puedo decir que conozco y aprecio en su valía.

A lo largo de este tiempo he tenido la oportunidad de conocer a muchos dirigentes del movimiento asociativo, como es tu caso, de los que guardo y me llevo el mejor de los recuerdos, tanto por vuestra dedicación personal, como por la valía humana.

Llegada la hora de poner punto final a esta etapa de mi vida, quiero testimoniarte mi más profundo agradecimiento por tus deferencias para con mi persona, y disculparme por si en alguna ocasión he podido defraudar tus expectativas, pues no siempre es fácil acertar en las decisiones. En este sentido te diré que siempre he intentado actuar en conciencia y razón de lo que creía que era más justo y/o correcto.

Muchas gracias por todo y recibe un fuerte abrazo

Hasta siempre"

martes, 4 de abril de 2006

SUTILEZA


La Palabra más bella del castellano

Como otros muchos hispanohablantes, he cometido la osadía de participar en la elección de la palabra más bella que existe en castellano. En mi caso he elegido SUTILEZA por las razones que cuento a continuación:


Asociada a inteligencia a través de perspicacia e ingenio. La expresión de lo inequívoco siempre es un fracaso del pensamiento y la vuelta a la caverna. Lo delicado de lo sutil, lo quijotesco, el esbozo e ingenio de lo tenue, la agudeza mental. En definitiva, la belleza.

jueves, 13 de octubre de 2005

LA MUERTE DE RICARDO


Según entraba en casa ha sonado el teléfono y al otro lado del hilo la voz del hijo de Ricardo anunciándome la muerte de su padre. De alguna manera podría esperármelo y ahora recuerdo la premonitoria y breve conversación –la última- que mantuve con él a principios de agosto, cuando me llamó para tranquilizar mi espíritu inquieto porque a lo largo de las dos semanas anteriores, inciertas semanas, había intentado sin éxito entrar en comunicación con él, dejándole mensajes por doquier.

En esta hora triste lamento profundamente no haber podido hablar más con él, no haber aprendido más de él.

En este momento afloran en mí diversos flash que atropelladamente tratan de situarse en mi cabeza. Recuerdo la primera vez que entró en mi despacho del Ministerio allá por el año 1997 más o menos, con un aspecto que recordaba bastante al de Carlos Gardel, a saber: cabello engominado –luego me confesó que no se lo engominaba- traje de corte años 50, un caballero a la vieja usanza –pensé- dispuesto a cantarme el caminito, o el volver…

Quien me iba a decir a mí en ese momento que años después iba a tener el privilegio de tenerle como jefe y, más aún, amigo y un segundo padre en muchos aspectos. Recuerdo que tras su falso aspecto de antipático y estirado –“he nacido así, qué le vamos a hacer”, decía con frecuencia- se escondía todo un ser humano con altas dosis de sensibilidad y con una apariencia que en nada o en poco se correspondía con la realidad. Era un gran tímido. Un ser singular con un alto y fino sentido del humor y un dechado de conocimientos, particularmente sobre la historia en general y la española en particular. Amigo de sus amigos y buena persona.

Una mirada triste que vivió aceleradamente en algunas etapas de su vida. En ésta última, y, sobre todo, después de la muerte de su esposa con la pertinaz compañía de la soledad. La quería y la detestaba a la vez. ¡¡Cuántas veces le dije que viniera a casa!! Tantas como las que, amablemente y con la cortesía que le caracterizaba, rechazó el ofrecimiento. No me arrepiento de haberle conocido. Ni de haber compartido con él su soledad después del trabajo en nuestras cervezas –o Martinis- en el “petit Paris” establecimiento al que cotidianamente acudíamos y en el que elucubrábamos –él por supuesto tomando la iniciativa, como no podía ser de otra forma- sobre la política, las miserias humanas y, en definitiva, la vida.

Un celtíbero –aunque de cabeza ibérica- en toda regla, con sus virtudes y sus defectos. Un superviviente. Un personaje de otra época que con esfuerzo, inteligencia y un toque de escepticismo supo adaptarse a los tiempos modernos, aunque conservaba un punto chicotesco decadente, maravilloso y entrañable.

Descansa en paz Ricardo. Te echaré mucho de menos.

pepe

lunes, 26 de julio de 2004

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "EL SOBRE"


“EL SOBRE”(de Charo F. de la Mata)


Introducción:


Desconozco si el libro que voy a presentarles a ustedes es el primero de la autora. El que sí es primerizo en las artes de presentar libros es el presentador, por lo que apelo a la magnanimidad de la audiencia rogando una especial condescendencia con el contenido de mis palabras y me excuso anticipadamente por las torpezas que vaya a cometer.


Tampoco soy lo que podría llamarse un lector empedernido de libros al modo y manera que nos cuenta Juan Eslava Galán, en su “Historia de España contada para escépticos”, que lo era al-Hakam II, hijo de Abd al-Rahman III y considerado por los bibliófilos como su santo patrón, pues llegó a reunir una biblioteca de 400.000 volúmenes que leyó en su mayoría, y, cito textualmente al autor “capacidad lectora que en un político no se ha vuelto a repetir hasta don Alfonso Guerra”.

Dadas estas premisas, que a nadie extrañe que haya recurrido a los textos de eminentes presentadores de libros para saber lo que tengo que hacer.


Decía José Luís de Vilallonga en febrero de 2000 que es cosa harto difícil presentar un libro sin aburrir a las ovejas”. Yo, por mi parte, estoy seguro de que presentar un libro es una operación de alto riesgo en la que el lucimiento del presentador puede ir en detrimento, tanto del autor, como de la obra presentada; esto último con el ingrediente añadido de martirizar al paciente público eliminando todo atisbo de su curiosidad por el libro. Es algo parecido a lo que ocurre cuando uno ve una película basada en un libro en la que se descifran las claves de interés de la trama, por lo que la lectura del libro que dio origen a la película pierde todo interés, salvo que seamos unos estetas empedernidos, que no es mi caso. O cuando el presentador se dedica sistemáticamente a reproducir párrafos enteros del libro presentado, por lo que su lectura posterior carece de todo interés.


Otra manera de presentar un libro es la de introducir una conferencia para especial lucimiento del presentador y ninguneo del presentado, con lo que cometeríamos un gran acto de deslealtad para con el libro y su autor.


Es fundamental, por tanto, que el autor no se equivoque en la elección del presentador. Muchos piensan que deben descartarse los políticos, por su poca credibilidad, de tal modo que cualquier cosa que digan puede volverse en contra del libro. Tampoco es bueno –dicen otros- echar mano de escritores o periodistas famosos que solo hablan bien en la medida en que satisfacen sus egos. La condición de amigo tampoco es especialmente saludable por cuanto que, como dice Vilallonga “el elogio de un amigo siempre suena a exageración. Si osa mostrarse crítico con el trabajo del autor, no es fácil descartar la idea, o por lo menos el sentimiento, de que sea un traidor”.


No dicen los manuales, sin embargo, nada a propósito de los amigos del cónyuge del autor –caso en el que me encuentro-, lo cual puede ser o saludable o una absoluta tragedia por el efecto exponencial que el vínculo afectivo del presentador plasma en el acto.


El hecho mismo de presentar un libro tiene, en primera instancia, una clara vocación publicitaria al igual que la propaganda de cualquier detergente cuyos polvos (con perdón de la audiencia) son los más eficaces para limpiar la ropa. La publicidad de un libro pretende ofrecer las mejores manchas para adornar el espíritu, aunque es bien cierto que no todos los libros merecen la pena ser leídos por cuanto que lo que destilan algunos son manchas de alquitrán, como el tabaco.


Se dice, por tanto, que el arte de presentar un libro consiste en convencer al cliente de que la compra será buena.


Marcos Winocur, escritor mejicano, establece unas pautas y consejos para presentar libros en las que prima la cuestión de lo que está de moda con respecto a lo que no lo está, como si el hecho de presentar un libro fuera más una cuestión estética al modo de las tendencias mercantilistas del “prêt à porter”. Hay, sin embargo, un aspecto interesante en su manual cual es la conveniencia de “asociar al autor con ilustres predecesores” en la materia o el estilo. Pero se equivoca –en mi opinión- cuando pretende entremezclar textos del autor de referencia con los del libro objeto de la presentación, en un efecto coctelera que puede volver paranoico al auditorio más pintado y sumergir al autor en el más absoluto desconcierto.


Roberto Fernández Retamar, poeta cubano, comentaba en una ocasión que “él, para presentar un libro, no necesita pasar por la vulgaridad de leerlo”. Pues bien, esa vulgaridad la ha cometido el presentador en dos ocasiones en el caso de “El Sobre”. Una por devoción y la otra por obligación, por lo que si las opiniones vertidas en estos párrafos no fueran correctas, me habría equivocado doblemente.


Quisiera añadir, para concluir este epígrafe introductorio, que como no soy un escritor de renombre ni un periodista de postín, y mi amistad con la autora viene de cerca, espero que queden a salvo las posibles perturbaciones y temores, antes esbozados, sobre los comentarios que voy a realizar acerca de Charo F. De la Mata y su obra “el sobre”.


La Autora:


Decía Alejandro Ramírez, escritor mejicano que “presentar un libro es una fiesta, una celebración que nos convoca en un mismo sitio, en un reducto compartido”.


Por su parte, Luís Antonio Riveros, rector de la Universidad de Chile, comentaba el año pasado que “presentar un libro no es solamente una ceremonia formal de poner unas pocas páginas por escrito, sino que también es el reconocimiento a quien lo hace, a quien está detrás del libro”.


Pues bien, la autora del libro Charo F. De la Mata es una persona polifacética, con algunos aspectos de su vida francamente admirables, lo cual es una buena introducción para acercarse a “el sobre”. Muchas veces leemos libros, incluso algunos títulos considerados obras maestras de la literatura, cuyos autores tienen una actitud y un comportamiento social absolutamente impresentables como personas. O maleducados, engreídos, egoístas y las más de las veces ensimismados por el halago ajeno, circunstancias todas que les hacen creer que el mundo gira alrededor de ellos, lo cual es una falacia. Yo, que no soy un gran lector de libros –aunque leo algunos- procuro, cuando un libro me ha entusiasmado, conocer más cosas del autor, su vida, sus actos, etc., porque entiendo que, haciendo esto, uno pondera mejor el libro objeto de admiración, ahorrándose calificativos innecesarios y en cierta medida exagerados. Solo cuando la peripecia personal del autor es también digna de admiración es cuando se pueden añadir, sin ningún cargo de conciencia énfasis más acusados en los elogios de su obra.


Porque un libro, al igual que cualquier otra actividad –y no precisamente la menor- es un instrumento más de proyección de la personalidad de un individuo, en este caso de un escritor; supone una contribución importante para la felicidad de los otros. Es, en suma, un acto de generosidad hacia los demás, amén del engorde de vanidad que puede suponer para el ego del autor.


Pero, en el caso que nos ocupa, Charo no parece precisamente una persona con el ego subido, sino todo lo contrario. Ante todo creo que estoy hablando de una periodista en el sentido integral del término, con vocación de animal de la información en el más noble y admirable sentido de la expresión. La admiro por ello. Yo, que también soy periodista de formación –aunque no de oficio- siento una envidia sana por su vitalidad periodística que la lleva a estar trabajando permanentemente en algún medio de comunicación, aunque ello no sea su actividad principal, pero presumo que la mejor, la que más le satisface en los diversos campos profesionales en que trabaja.


Aquí en Bruselas realiza –como ya todos los presentes saben- un programa de radio llamado “la voz de Charo” en la emisora Radio Sí. Me gustaría establecer elementos de relación entre el libro y la radio. No me parece ninguna cuestión de azar el que Charo haya elegido la radio como su instrumento de comunicación. Sin ánimo de minusvalorar, en absoluto, al resto de los medios (periódicos, revistas o el medio televisivo), la radio en su condición de medio caliente por excelencia (por encima de la televisión, pero eso es otra discusión), proporciona la oportunidad de convertirse en muchas ocasiones en la compañía necesaria y, a veces, hasta imprescindible de los solitarios, los que padecen, los que sufren, los que anhelan, etc. Quiero decir que no es casualidad que estemos hablando de un libro cuya autora hace radio. La radio –al igual que un libro- produce introversión, lo que significa que un programa de radio, aunque se emite a multitudes, es dirigido a cada individuo, y percibido por éste de manera personal, al menos es lo que el radioyente siente, medita y piensa, al contrario que la televisión, que produce extroversión, lo cual disipa la atención. La radio puede propiciar el aislamiento, con su consecuente individualidad, es decir, provoca que el radioyente imagine situaciones, personas, ambientes, etc. Y proyecte en ellos sus propios modelos. De ahí que la radio invite a la soledad. Exactamente igual que un libro.


En demasiadas ocasiones se censura la calidad literaria de los libros escritos por periodistas; se les tacha de superficiales, someros, arribistas, intrusos o qué sé yo cuantas cosas más. En estos tiempos que corren, en los que hasta los personajillos de poca monta del cotilleo y de las revistas del hígado dicen que escriben libros, no es a los periodistas a los que se debe cuestionar precisamente. Hay magníficos periodistas que se han convertido en excelentes escritores de libros. Traigo a colación un ejemplo muy conocido, el de Arturo Pérez Reverte a quien ahora ya nadie niega sus dotes literarias. Cuando es citado en alguna tertulia, los doctores del certificado de autenticidad literario se olvidan, con frecuencia, de citar que este hombre hacía reporterismo televisivo y llegó hasta a presentar algún Telediario, lo cual no es moco de pavo en los tiempos que corren, con lo que muy probablemente se convierta en un futuro no muy lejano en elemento de distinción, a juzgar por los últimos acontecimientos producidos en España y que están en la mente de todos.


Pienso, con toda franqueza, que nadie mejor que un periodista para describir y narrar situaciones novelescas, así como elaborar tramas bien construidas y sin adornos estériles. Es el caso de Charo F. De la Mata. Yo creo que nos encontramos ante una persona con un fino sentido del humor, circunstancia que traslada de forma evidente a “el sobre”. Aquí me gustaría hablar de la inteligencia que, me parece, es un atributo natural de Charo. A menudo nos encontramos con personas que presumen de vivir su vida intensamente, cosa que me incomoda grandemente ya que considero producto de una etapa infantil todo lo que se hace pasionalmente. No digo con ello que no tengamos o debamos tener algún ramalazo infantil en nuestro comportamiento. Pero me parece que hay que huir del apasionado permanente, y acercarse a las personas que utilizan el humor como instrumento fundamental de su peripecia vital. “el humor es el pudor de los hombres inteligentes”, comenta Vilallonga cuando se refiere a Manuel Vázquez Montalbán. Yo, salvando las distancias, que no son tantas, diría lo mismo de Charo F. De la Mata.


Creo que Charo siente la necesidad de , utilizando la descripción narrativa –que conoce por su formación periodística-, construir y contar una realidad inventada, con el importante fin de entretener y divertir, sin ambiciones supraterrenales o trascendentes. Algo parecido a lo que pretende y consigue con su programa de radio. Es una simple contadora de cosas que, en el fondo es lo que es un periodista, nada más y nada menos.


La Obra:


Quiero dedicar este último epígrafe, si el paciente público no ha renunciado a seguir escuchando a este presentador, al objeto mismo de esta presentación. No tema el auditorio, ni tampoco la autora del libro, que no me voy a poner a contarlo. Trataré de hablar del mismo por los efectos que ha producido en mi estado de ánimo. Fundamentalmente optimismo y risa, mucha risa. No hay nada como las situaciones extravagantes y grotescas contadas con fino humor y un cierto tono castizo, para desternillarse de la risa. Y por qué se produce este efecto. Sobre todo, porque se suele sentir la irremediable tendencia a verse identificado con algún personaje o situación, e incluso es inevitable ponerles a algunos de ellos la cara de algún amigo o conocido, con lo que el efecto humorístico se engrandece considerablemente hasta alcanzar tonos de absoluta hilaridad.


Si yo fuera un entendido en el comentario de libros diría que se trata de una obra bien construida, de un realismo equilibrado con gusto por lo mínimo, por el detalle, tanto en la descripción espacial, como en la psicológica, ofreciendo un universo donde el pesimismo se encuentra, de alguna forma, frenado por la ternura y matizado por un humor delicado. No busque el lector en el libro la descripción de climas sórdidos, monótonos y llenos de falsedad y miseria humana. Se encuentran en él y aparecen solos; pero al estar impregnados de ese casticismo chulapón propio de la autora, el resultado final se parece más a lo grotesco y esperpéntico que podemos ver en algunas de las películas de Almodóvar, o los gags de los Torrentes de Santiago Segura.


El protagonista principal es absolutamente real como la vida misma. Ubicado en ambientes tediosamente cotidianos su objetivo en la vida consiste en querer dejar de ser un imbécil, cosa que intenta a lo largo del libro, entrando en una espiral de la estulticia que produce auténticas carcajadas al lector.

En fin, un libro para divertirse, “ameno y de fácil lectura, recomendado a adolescentes y a jóvenes”, como puede leerse en la contraportada. Yo añadiría que a todo el mundo. No creo necesario continuar hablando del libro. Si los comentarios anteriores no despiertan la curiosidad de la audiencia por leer “El sobre” habré fracasado en el intento, aunque no por ello pienso decir nada más, pues haciendo lo contrario corro el serio riesgo de ensimismarme y alimentar mi vanidad, si no la he alimentado ya lo suficiente, llegado este punto. En consecuencia, el que quiera saber más del libro puede preguntarle a la autora o, mejor, que lo compre. Con ello le hará un gran favor a su espíritu y a Charo.


Como decía Jorge Luís Borges “que otros se jacten de las páginas que han escrito, a mí me enorgullecen las que he leído”.


Les invito a leer “El sobre”, no se arrepentirán.

Muchas gracias y feliz lectura.